Atención temprana se mueve. ¿Te vienes?
Colabora con nosotros e infórmate de nuestros servicios e iniciativas en Facebook

NÚMERO DE CUENTA DONACIONES: ES81 2100 2310 8402 0008 9928 // DETALLAR CONCEPTO: NUEVO CENTRO ATENCIÓN TEMPRANA

fondo

Adolfo


Esta es la historia de cómo mi hijo ha cambiado mi vida, mi forma de pensar y me ha hecho feliz.

Tengo que empezar desde el principio para que podáis entenderlo bien:

Nosotros tenemos una hija, Paula, que cuando nació su hermano, ella tenía tres años. Paula es una niña muy lista, muy adelantada a su edad, a los cinco meses ya decía papá y mamá, no fue mucho tiempo bebé, daba la sensación de que ya nació “adulta”, incluso pensamos que era superdotada. Lo que si que era y sigue siendo, es una persona que reclama mucho tu atención, activa, no te deja parar ni un momento.

Vengo a contar esto porque cuando quedé embarazada de Adolfo me sentí agobiada. Fue un embarazo deseado pero también temido. Empecé a pensar que no iba a poder con dos niños a la vez. Fui cobarde y empecé a deprimirme.Sentía emociones encontradas, estaba feliz por ser madre de nuevo, pero a la vez tenía mucho miedo de no poder con lo que me venía encima. Durante el embarazo tuve momentos de alegría y momentos de tristeza, momentos de serenidad y momentos de ansiedad.

Se acercaba el día mi futuro bebé no tenia nombre decidido, su padre quería llamarlo Sergio, yo quería llamarlo Mario… pero yo, sólo tenía una condición: si nacía el día 2 de mayo se llamaría Adolfo, porque así es como se llamaba mi yayo que falleció hace unos años, al que toda la familia queríamos mucho y ese era el mismo día de su cumpleaños.

Y como la vida es así, llena de sorpresas y casualidades, resulta que el día 30 de abril fuimos al ginecólogo y nos dijo: mañana es fiesta y no trabajo, pero pasado mañana te provocamos el parto. Y yo le dije a mi marido: ¿sabes que día es pasado mañana? ¡Pues es el 2 de mayo! Nuestro hijo se va a llamar Adolfo.

Y así fue. El 2 de mayo nació Adolfo, el día del cumpleaños de mi yayo. Un ángel que bajó del cielo para abrirme los ojos, borrar mis lágrimas y dibujar una sonrisa en mi rostro.

El parto fue muy bien, el niño estupendo, pesó casi cuatro kilos, parecía todo normal. Le costó bastante empezar a comer, yo insistí mucho con el pecho hasta que por fin conseguí dárselo y Adolfo iba creciendo normal.

Yo estaba muy contenta, porque estaba llevando muy bien mi nueva maternidad, ¡incluso estaba mejor con dos niños que con una solo! Ambos se estaban portando bien y aprendí mi primera lección: no merece la pena preocuparse por lo que vendrá, porque cuando viene resulta no ser tan malo.

Pero alrededor de los 6 o 7 meses empecé a ver que el niño no hacía las cosas que hacía su hermana a su edad. Todo el mundo me decía que era muy exagerada, que cada niño lleva su ritmo y que no lo comparase con su hermana porque ella siempre ha sido muy adelantada.

Y así pasaron los meses, hasta que cumplió un año y nos decidimos a llevarlo a atención temprana.

Cuando Adolfo comenzó la atención temprana tenía 13 meses. Lo dejábamos sentado y se dejaba caer, no sabía levantarse, no sabía ni gatear. Si lo llamabas no te hacía caso, como si estuviera sordo, no prestaba atención a las cosas.

Ahora siento no haberlo llevado antes, pero nadie nos aconsejaba nada, incluso la pediatra me decía que no me preocupara. Pero nunca es tarde.
Desde que Adolfo asiste a atención temprana ha mejorado muchísimo.

Ahora estoy muy feliz con mi familia, con mi marido y con mis dos hijos que cada uno es de una forma, cada uno es como tiene que ser y no los cambiaría por nada




Ana Belén Carrasco Pastor